Por
Rodolfo Arango
CRECE LA INDIGNACIÓN GENERAL ante el abuso del poder. Las mentiras gubernamentales se multiplican. Las disculpas por desconocimiento de antecedentes y vínculos de altos funcionarios públicos se hacen comunes.
Signos positivos se perciben cuando los implicados renuncian para asumir su responsabilidad. El arrogante ejercicio del poder —bajo el lema de “pendejo el último”— es lentamente reemplazado en la conciencia ciudadana por un aumento de las exigencias del deber moral y político. El país trabajador y honesto espera un castigo masivo y contundente en las urnas. La condena al matrimonio de poder político y mafia se hace posible gracias al valioso trabajo de académicos que luchan contra el olvido, como en el caso de Trujillo. Cada vez que estalla un nuevo escándalo de complicidad entre políticos y grupos violentos ilegales se hace más evidente el oportunismo político y la ceguera moral de los defensores de la vieja forma de hacer política, profundamente cuestionada en su legitimidad por acceder al poder a sangre y fuego.
La actual situación colombiana recuerda los albores de la edad moderna y el tránsito del pensamiento absolutista propio del Estado totalitario al Estado liberal de derecho. Dicho cambio tuvo lugar en la Inglaterra del siglo XVII e hizo discernible una clara ventaja sobre otras organizaciones políticas: el respeto de las reglas del juego, fruto del consenso entre grupos antagónicos, promueve la paz. La voluntad omnímoda del monarca, por el contrario, genera desconfianza, resistencia y hasta rebelión. Pese a la transformación descrita, las concepciones políticas del ancien régime y del liberalismo naciente se conservan en el presente, alimentadas por dos tipos de personalidad.
Las concepciones de la política derivan de dos tipos de psique humana: una fáctica, basada en el uso del temor, reactiva e intrépida, privilegia el orden y la autoridad sobre las libertades; la otra, normativa, basada en la confianza, en la prudencia y en el cambio, prioriza los derechos humanos sobre el statu quo. La concepción fáctica es generalmente realista y pesimista. Para ella, el ser humano es malvado; la política, campo de lucha; los agentes políticos, amigos o enemigos. En contraste, la concepción normativa es optimista. Cree en la perfectibilidad humana, en el disenso reglado y en la sucesión pacífica y consensuada del poder político.
El ultra conservador Centro de Pensamiento Primero Colombia —asociación con “organigrama pendiente” (ver su página de internet) que sigue la inteligencia superior de su “Líder”— abraza el primer enfoque. Los directores de los partidos de oposición se inclinan por el segundo y trabajan en la construcción de organizaciones políticas modernas, plurales y responsables. Por fortuna, la sagacidad y la popularidad empiezan a ser desplazadas por la legalidad y la justicia. La salida de la política feudal y patrimonialista requiere todavía independizar el poder político del poder económico, ello mediante la profesionalización y la universalización de un servicio civil serio para acceder a los cargos públicos. Los intereses económicos nublan el criterio de quienes, con algo de esfuerzo, no desearían ser cómplices de los agentes políticos que hoy defienden. Cuando superemos mental y materialmente el matrimonio entre el poder del dinero —lícito o ilícito— y el poder burocrático, y mediemos estos poderes con el poder comunicativo de ciudadanos, podremos construir una democracia moderna que asegure a todos la autonomía, la igualdad de oportunidades, el trabajo digno y la solidaridad social.
Tomado de El Espectador
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