sábado, noviembre 24, 2007

Segunda Opinión

Sobre la cifra repartidora

Por
Ramón Elejalde


En su columna de opinión del pasado miércoles, en este mismo periódico, el doctor Jorge Mejía señalaba que “La cifra repartidora es la perversa”. Contiene también una descalificación al “voto preferente” y a mi leal saber y entender confundió los dos temas, cuando en realidad son asuntos totalmente distintos. Lo hizo, seguramente, para darle contundencia a sus argumentos.

Pero además vienen sosteniendo los periodistas y algunos políticos, que en Colombia tenemos senadores de siete mil votos y que al Concejo de Medellín van a llegar concejales de dos mil quinientos sufragios, quedando por fuera aspirantes de cinco mil ochocientos electores. Eso no es cierto. Primero es necesario aclarar los términos. El voto preferente es la opción que tiene el elector, como su nombre lo indica, de preferir a alguno de la lista, así se encuentre en el último lugar. El elector también puede escoger la opción de no preferir a ninguno y votar simplemente por el partido. Este ciudadano está aceptando la decisión de los que optaron por preferir. El voto preferente es importante simplemente para reordenar la lista. Un ejemplo nos lleva a entender el tema: El Partido Verde del municipio de Llano Chiquito, obtuvo para el Concejo nueve mil votos de los diez mil que depositaron los electores de ese municipio. Los sufragantes del Partido Verde decidieron no preferir a ninguno de los aspirantes, pudiéndolo hacer por tratarse de una lista con voto preferente y más bien votaron masivamente por el Partido, aceptando la lista como fue inscrita. No me podrá decir mi amigo Jorge Mejía, ni los políticos o periodistas que repiten a diario este error, que en Llano Chiquito elegimos concejales sin votos. No. El Partido Verde fue el que más votos obyuvo, sacó el 90% de los sufragios y lógicamente, el que más concejales eligió y eso se debe respetar, lo que pasa fue que nadie prefirió a ningún candidato. Si en el ejemplo de marras el segundo partido que obtuvo mil votos, todos los aspirantes sacaron votos preferentes superiores a cien sufragios, no se podrá decir que lo lógico es que esta lista sea la que ponga los concejales porque sus aspirantes tienen votos preferentes superiores a los del partido Verde, donde ninguno obtuvo voto preferente. ¿Cuál democracia existe en la teoría de Jorge Mejía, cuando deja por fuera a un partido que obtuvo el 90% de la votación?

El otro término descalificado por el columnista en comento, fue la cifra repartidora o método D’Hont que es el sistema más cercano a la elección justa, todos los elegidos lo son por el mismo número de votos. Es el sistema electoral que se impone en el mundo moderno. La votación es del partido y no de los candidatos. No existe la operación avispa, evidentemente que con el voto preferente, como fue concebido, trasladamos este nefasto sistema al interior de la lista, en esto no deja de tener razón mi amigo Jorge. La filosofía de la cifra repartidora es premiar la agrupación y castigar la dispersión. Si los críticos del sistema analizan con lápiz y calculadora su aplicación, entenderán que fortalece a los partidos grandes y los beneficia en la repartición de curules. Tal es el caso que cita Mejía en su columna sobre Enrique Peñaloza, que conformó un partido, inscribió una lista al senado y no obtuvo el umbral requerido. Lamentablemente, amigo Jorge, el liberalismo dejó de ser ese partido inmensamente mayoritario y pasó a ser uno igual a los otros. Es obvio que el liberalismo aumentó votación, pero los demás también y en mayor proporción. Eso se ve reflejado en la adjudicación de las curules.

Ahora lo importante no es, como lo añora Jorge Mejía, volver a los personalismos, lo importante es perfeccionar el sistema para que cada día los partidos sean más fuertes y éstos dependan menos del caciquismo. Una opción sería acabar con el voto preferente y exigirles a los partidos procesos democráticos para conformar las listas. Otra opción, que personalmente defendí en el Congreso cuando se debatía el acto legislativo de la reforma política de 2003, consistente en sumarle los votos del partido, es decir, los que no prefirieron a ninguno, al orden que trae la lista. Pero jamás puede pensarse en el retroceso de volver al sistema del cuociente electoral, tan nefasto para los partidos y para la democracia. Un sistema que le permite a cualquiera crear su propio partido o acudir a la operación avispa para atomizar las organizaciones políticas, no es lo ideal. Eso sería un terrible retroceso.

Obvio que el sistema es medianamente complejo y tanto el periodismo, como la clase dirigente debemos estudiar y comprender estas reformas para poderles hacer críticas lógicas y consecuentes.

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